Tomé posición en un asiento verde. El gusano raudo se movía, con dirección a mi destino, con dirección al destino de mucha gente. Vi a mi alrededor. Un pintoresco, sin embargo, deslucido, panorama se revelaba ante mis ojos. Rostros cansados, miradas perdidas, posturas caídas. Es un retrato vivo de lo ajetreada que es la ciudad. Viva y agonizante al mismo tiempo.
Al pararse un momento el gusano, un cántico monótono y repetitivo viene a conseguirse el pan de cada día. Será mi imaginación pero me parece el tipo le gustaría ser alguien más que un simple merólico. Su semblante, impasible, sólo viene a comerciar con la gente. No viene a alegrarse, a traer carisma, no. Sólo es un robot que tiene productos para vender. Nada más.
Por allá, una joven señorita llora. ¿Qué le habría ocurrido a esa muchacha que llora a cántaros? Se apoya, derrotada, contra el poste. Se sostiene, pero deja que el movimiento la deje llevar, como las olas se mueven al compás de los hechizos de la luna. Está muy triste. Me gustaría darle un poco de la energía que llevo dentro, una caricia, un consuelo. Pero yo también estoy cansado. Mis extremidades apenas y responden. Y la moral me corroe por no haber hecho lo que creo correcto. Es triste ver gente triste. Es peor no poder hacer nada.
Aquí a mi lado, recostado contra la ventana, dormita un señor. Su humilde pero citadina figura se asemeja a la de alguien esmerado, pobremente recompensado. Una tímida sonrisa se perfila de entre sus labios. Su sueño a medias se ve plácido. Sí, debe estar satisfecho de haber hecho las cosas bien. seguro llegará con sus seres queridos, los abrazará y les dirá cuánto los quiere. Mientras tanto, coexiste junto a mí, alguien que no será más que una persona más en el transcurso de su vida.
Más lejos de mí, un niño abraza a su madre. Ésta también está cansada mas no rechaza a su hijo; inclusive, lo atrae más a su regazo, al seno del cariño que unos cuantos años atrás el destino forjó. No pasan más de 5 minutos y el chiquillo está acurrucado como un bebé. Mira atento a su alrededor, desde aquella atalaya protectora que su madre le ha brindado. No quiere salir de ahí. La mujer lo deja, ella desea lo mejor para él.
Yo, ¿qué decir de mí? Un hombre más perdido entre los mares humanos de todos los días. Yo no vendo, yo no lloro, no dormito, no me acurruco. ¿Qué soy yo para estas personas, tan frágiles y delicadas? ¿Quién soy yo, igualmente frágil, débil, para este micro mundo subterráneo, víctima de la nunca perenne permanencia, de la movilidad constante, de la prisa desmesurada?
No sé. No sé. Tampoco quiero saber...
Mientras voy cruzando las calles citadinas abordo de un gusano naranja, el paisaje negro y oscuro de los túneles se filtra y se respira. Se siente. Aquí es un lugar de melancólicos empedernidos, de soñadores frustrados, de héroes vencidos. Aquí se vive la vida de la ciudad, cansada de sí misma, cansada de ser lo que siempre es y será.
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