Estruendo.
Y con gran estrépito entraron en la ciudad.
Y lo saquearon todo
Retumbaban las calles al paso.
Grandes carros de madera jalados por tenaces
hombres, caballos, peones,
miserias.
La guerra atrae hacia sí
la calamidad de espíritu como
la Tierra atrae a los hombres.
La gente se consume, la gente consume
a otra gente. Es la ley del más duro.
El que sobrevive, es un héroe.
El que no, un mártir.
El que desaparece por siempre,
un traidor.
Así fue cómo una ciudad dejó de ser
ciudad,
y creyó ya no tener un nombre.
Fue así como la rapiña asaltó el lugar.
Mujeres, hombres incluso,
arrastraron su dignidad a cuestas.
Otros, la vendieron; unos más
la perdieron y no saben dónde.
Funestos días en que el hombre
deja de ser hombre.
Cascarones vacíos
sobre caballos fieros.
El sol resplandece sobre
la blanca cabeza de un valle sin nombre.
La naturaleza conquistó y arrebató cenizas
y las hizo suyas.
Rama tras rama absorbió
sangre, honor y gloria.
De los hombres ya no existe nada.
Sólo un estruendo que anuncia
lo inevitable.
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