Basado en un sueño, excesivamente real. Agradezco a Dyana su sugerencia de hacer este sueño más material..
Cuando desperté, estaba amarrado; amarrado a una mesa de operaciones. No estaba amordazado. Mis muñecas y mis tobillos ardían de lo bien sujetado que estaba. Forcejeé y, como es natural, no me moví un carajo. Vi el cuarto: las paredes estaban llenas de pequeñas figuras negras, que no alcancé a distinguir bien; creo que eran cráneos negros, duros, como de obsidiana.
No sé cuánto llevo aquí. El escozor en mis brazos y piernas me dice que ya llevo varias horas inmóvil. Estoy cansado, tengo ganas de dormir. No tengo miedo. No sé dónde estoy, pero no me importa. Y es aquí cuando la puerta se abre.
Una gran puerta negra se abre ante mis ojos y sale una muchacha de mi misma edad. Su cabello, largo y lacio, muta su color de rojo a azul, de azul a violeta, de violeta a rojo en unos cuantos segundos. Su mirada, de ojos negros y expresión malévola, me miran, como quien no siente piedad por las criaturas que lleva al matadero. Me observa detenidamente, contempla cada milímetro con voracidad. Le tengo miedo. Pero vine aquí por mi propia voluntad.
Se acerca a mí, me respira. Palpa mi cuerpo con los dedos, cruza en un susurro mi vientre. Cuando termina, va a una esquina de la habitación que no puedo ver. Escucho que arrastra consigo algo, como de esas mesitas con ruedas. Se acerca y contemplo un poco espantado, pero ansioso, aquello que ella mira con tanto cariño: una bandeja móvil, llena de extraños objetos. Objetos de tortura.
Toma un pequeño piolet, más parecido a una regla T, y comprueba su filo. Al ver que, tras perforarse un poco un dedo, le escurre sangre, voltea a verme a los ojos. Unos bellos ojos negros que inundan mi alma con un placer desconocido. Dios, la deseo. La deseo con el corazón. Deseo que me lastime, deseo que me haga sufrir. Deseo estar aquí, con ella, aunque eso signifique morir en este instante.
Dios, ¿qué está haciendo? El piolet se hunde en una encía y siento que duele. Nunca supe cuando abrió mi boca, pero ahora está manando sangre. Oy, dulce placer. Ahora está perforando otra parte de mi boca. Veo cómo sus hermosos ojos me dicen que no sobreviviré. No me importa. Ya no me importa nada. Por favor, chica de los ojos hermosos, hínchame los ojos del dolor insoportable que me causarás. Hazme feliz con mi sufrimiento.
Ya dejó de jugar con mi boca. No siento la sangre. Tampoco me duele. Sólo siento una dicha enorme. Una dicha enorme de yo ser su víctima y ella, mi victimario. Me ve otra vez; sus ojos ahora son dulces, color caramelo fundido. Me mira con ternura, como un niño a su perro querido. Tengo ganas de decirle cursilerías, de repasar su cuerpo desnudo con la yema de mis dedos. Tengo ganas de poseerla, tengo ganas de liberarme y sentir su aliento junto a mi pecho. Tengo ganas de...
Un momento, creo que acaba de tomar otro objeto. Es un cetro, coronado en un cráneo lleno de agujeros, cuyos bordes terminan en filosas navajas. En el centro del cráneo, brilla una luz verde misteriosa, como si fuera el alma del cetro. Con cuidado, sin perder la vista de mí, arrastra con cuidado el cráneo por mi rostro. Siento cómo destroza mi piel con cada pasada. Siento cómo se pela la epidermis, siento cómo mis células muertas. Siento la sangre correr, aunque no vea ni un sólo chisguete escarlata.
Siento que mis sueños se cumplen, siento que es amor. Siento que amo cómo me tortura, siento que su mirada cálida me promete un futuro mejor, fuera de este absurdo cuerpo mortal. Siento, siento, siento...
Desperté otra vez, y ahora ya no estoy en aquella tétrica sala. Estoy al lado de mi mochila, en la escuela. Mi rostro está deshecho. Me acaba de ver una mujer que hace tiempo conocí, pero que ahora ya no reconozco. Ella dice que se vengará de lo que me hicieron, que encontrará a la culpable.
Cierro los ojos, ya no escucho su voz. Por dentro soy feliz.
Adiós.
No hay comentarios:
Publicar un comentario