Sinceramente, pienso mucho. Pienso tanto que ya no pienso. Más bien, simulo pensar, pero no estoy pensando en nada. Es por eso que escribir no es algo que denuncia, que dice; no, sólo es una forma de justificarme, de decirme lo estúpido que es el mundo, lo bien que siempre estoy yo, lo erróneo de las cosas, etc.
Sin embargo, a punta de madrazos tuve a bien (aunque me punza la cabeza, aunque no me extraña) darme cuenta que el estúpido era yo. Mi corazón duele: sabe que tengo razón, así que no pondrá objeciones al respecto. Tanta falta de cariño, de autocensura y mi propia estupidez vinieron a resquebrajarme. En cambio, hoy, no quiero llorar, no quiero lamentarme, ni tampoco esconderme. Sólo vine a confesarme, vine a decirles lo que soy. Y también algo que no niego, que acepto, pero que ya no seré.
Porque es algo que no quiero.
Es algo que me lastima y quema.
Algo que arde, que lacera.
Y no sólo a mí, sino a las muchas personas que he, muchas veces, mal querido.
Lo siento. Sé que esta entrada no curará un carajo. Tengo que escribirlo, de todos modos.
Muchas veces me he propuesto cambiar y nunca lo logro.
Esta es mi excepción.
Despertaré, y mis ojos no querrán cerrarse otra vez.
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