Ese olor, ese particular olor de la Redacción. Sus tiktaktiktak repetitivos. Las espaldas encorvadas, tecleando. "Hola", saludan algunos; las espaldas se enderezan, voltean hacia arriba, contestan y regresan a su habitual concentración de redactar. Un "enter" y listo. Una nota más que llega a Talleres.
Él me contó muchas veces lo que fue antes de las computadoras. Lo que era el "hueso", lo que era teclear en Olivettis y Remingtons, lo que era un linotipista y los moldes de plomo que manufacturaban.
Durante un tiempo, la Redacción fue parte de mi vida. No recuerdo si fue parte de mis aspiraciones, pero estoy seguro de que es una las cosas que quiero; sin embargo, es de ésas cosas que prefiero apartar de mí.
Casi toda mi vida ha revoloteado alrededor del Periódico de la Vida Nacional. Y muchos eventos en ella fueron por culpa de aquel tercer piso. La Esquina de la Información albergó a mi familia, la acogió y le dio sustento. El búho vio cómo la Línea Privada se escribió en la calle, mientras en mi casa se gestaba una Revolución, de la cual sufrí su daño colateral.
Excélsior vio a mis padres caer. Excélsior vio a mis padres irse. Excélsior quiere verme. Pero yo no quiero.
Yo no quiero caer. Yo no quiero desvanecerme entre lo que fue y lo que ahora es el tercer piso. Yo no quiero formar parte de un mundo que amo, pero que aborrezco. Yo no quiero caer. Yo no quiero destruir. Yo no quiero morir.
Muerte a mí mismo.
O muerte al periodismo
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