Él ya no recuerda cómo fue que terminaron sobre aquellas piedras volcánicas, tirados sobre el pasto. Piensa que tal vez fue aquella ocasión en que quisieron hacer algo en el Centro y se les acabaron las ideas. Tomaron el Metro y de ahí se fueron hasta aquella piedra cubierta de pasto, que parecía ser un césped muy denso. Bueno, esa versión parece ser la más plausible.
Él no recuerda cómo fue que acabaron frente a la Biblioteca. Sólo recuerda que quiso recostarse en el pasto, y que ella lo siguió. Y lo que vino después, de eso también se acuerda.
Vaya que se acuerda. Recuerda bien que, después de echarse sobre la piedra volcánica, ella y él se picaron las costillas hasta el hartazgo; bueno, él más a ella, porque él no es muy cosquilludo. Recuerda, sí, que cuando dejaron de molestarse, estaban muy juntos, el uno del otro.
Él pasó su brazo por debajo de la cabeza de ella. Se abrazaron. Él recuerda perfectamente que ésa era la primera vez que se sentía así en toda esa semana; un día antes había sido su cumpleaños, pero entre todo el barullo no se había sentido tranquilo en un buen rato. Sentirla cerca lo hizo sentirse tan bien.
Hubo un momento, recuerda él, en que sus rostros se tocaban. Ella es pequeña, y estaba acurrucada en él. Él siente (quizá ya lo inventó, estúpida memoria traicionera) que se intentó acomodar el brazo. No había nadie a su alrededor; el silencio era rey; ellos no se decían nada. Él acabó de acomodarse, y ahora los labios de él tocaban la nariz de ella.
Él ya no recuerda cómo fue que ella y él se unieron. Sin embargo, su memoria no le falla al afirmar que no se había sentido así, tan lleno y tan sonriente. No sabe cuánto tiempo pasó. Sólo pasó, sólo volvió a ser.
Estuvieron juntos un rato más. Luego, llegó el momento de irse. En el camino, él le venía cantando una canción de Tin Tan a ella, de ésas románticas-disparatadas del Pachuco de Oro. Se venían riendo, besando. Estaban juntos. Subieron juntos al Metro, y a él se le acabó la memoria.
Y ésta es la crónica de un día que sucedió, hace no mucho, pero que él conserva con mucho cariño dentro de sí.
Irónicamente, más tarde él descubrió que ella prefería a Cantinflas que a Germán Valdés.
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