Todo es cuestión de perspectiva.
Yo primero pensé que mi fatídico error era haberme liado contigo. Que en un roce de piel me había dejado vulnerable, que te había dejado enraizarte dentro de lo más profundo de mí, permitiendo que perforaras mi mente y mis sentimientos. Te vi como un peligro. Olvida ya lo que dije, olvida ya lo que leíste.
Olvídalo.
Porque en este momento, el párrafo anterior es una mentira.
Hubo una noche en que en mí no hubo nada más que la miserable gana de una ídem borrachera. Supongo que nunca fue lo más correcto, mucho menos lo más sensato; me conozco y sé que, intoxicado, puedo exponerme demasiado y quebrarme completamente. Sin embargo, mi cuerpo deseaba un buen tequila, algo fuerte para apaciguar mi estúpida mente. Fui a la licorera y la asalté.
Un par de tragos más tarde, esa mareada y vívida lucidez me invadió. Estaba solo, botella en mano y pensé en ti. Recordé los rasgos de tu tez, tus animados ojos oscuros, el cabello castaño y desordenado. Recordé aquella vez en que tú... Ya no recuerdo que recordé. Sin embargo, memorizo perfectamente que te dejé de ver como solía verte: como un peligro hacia mí.
Una pequeña imagen, la tuya, que contrastaba con la gris realidad que en torno a mí había yo construido. Luminosa, ¿sabes?
Todo es cuestión de perspectiva.
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