Mi cabeza estaba hecha un lío. Tenía tantos problemas, soluciones inviables que requerían que otras partes hicieran lo que no. Impráctico, plagado de sensaciones desagradables, de revoltijos indescifrables. Y tenía que hacerlo. Doliera o no. Si no lo hacía antes, era clavarme más una estaca. Pero dolía siquiera pensarlo. Y cada segundo, el dolor se intensificaba, mi cabeza daba más vueltas y la caridad se iba entre la densa niebla.
El frío, el frío sigue ahí. Pero ahora ya no es tan desagradable. Sin embargo, aún siento que, cuando caminé por esa calle, la cara caída, los pasos lentos, el súbito silencio, llevé a la ovejita que me quería al matadero.
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