viernes, julio 15, 2011

La flor

Era una mañana fría y lluviosa de octubre. Hacía un poco de niebla y caían gotarrones del cielo. La ciudad estaba parada: el tráfico no se movía por tanta agua y las personas no salían por temor a mojarse. Era un día triste, adecuado para quedarse solo. Un día donde los recuerdos me invadían. Donde al ver las gotas recorrer la ventana, me daban ganas de seguirles el paso.
Hoy me hubiera gustado tenerte aquí. Así no hubiera recordado nada; estaría más ocupado besando tus tiernos ojos caramelo y me olvidaría de todo. Sin embargo, no, no estás aquí. ¿Dónde estarás? ¿Mojándote, quizá? Viendo el cristal llenarse de gotitas, tal vez. No lo sé. El techo se transforma en memorias, memorias llenas de dolor. Cierro los ojos y sigues sin estar aquí.
Y se suponía que estábamos destinados a estar juntos. Eso no lo sé, era la vaga idea que tenía mi familia y tus amigos. Yo nunca lo quise saber, para no llegar a éste momento, que, al parecer es inevitable. Invadirme tanto de tu sonrisa hasta querer mandar al diablo toda tu fisonomía. Recuerdos... para qué me sirven los recuerdos, sólo para querer olvidar. Es tan difícil olvidar.
Yo no quise que te fueras. Pero era mejor a dejarte. Yo no quería que estuvieras aquí, aunque mi mente y mi soledad te llamaran a gritos. Quería que te fueras para no lastimarte. Quería que te fueras para no cometer alguna estupidez. Me duele no tenerte. Pero es mejor no tener nada. Así no hay forma alguna en que pueda lastimar a alguien. Me duele tu recuerdo y te extraño. Pero no te quiero aquí.
Quiero que salgas de mi vida, de mi cama y de mi cajón. Tu olor lo percibí por todas partes, tuve que cambiar la funda de mi almohada, tiré por la ventana la pañoleta que olvidaste. Pero tu sigues aquí. Y por más que tu olor se vaya, y tus caricias y tu imagen se desvanezca, estás aqui. Está tu voz y la risa de la mañana, estás en cada maldita gota de Mountain Dew, en el murmuro de la tele a las 3 de la mañana.
Sigues aquí, con tu aura tenue y dulce. Con el eco del amor que me profesaste. Con las caricias que mi piel sintió. Eras una aparición hermosa en el marco de mi puerta, una voz suave y profunda que me envolvía cada vez. Cómo te puedo olvidar, si fuiste demasiado importante. Ese fue mi error. Creer lo que decían mis amigos, mi familia, de que eras la persona ideal para acompañarme hasta el final de mis días. De que eras todo lo que pudiera desear, lo que mis ilusiones de pareja perfecta podrían esperar.
Pero tuviste que irte. Me dolió. Mucho. Pero así siempre lo quise. Para que no fuera yo el que te lastimara.
Tenía tanto miedo, de todo. De la gente que te miraba al pasar, de que tus ojitos verdes ya no reflejaran el mundo; tu mundo. Pero tenía más miedo de mi. Tanto que sacrifiqué lo único que me importaba para mantenerlo así como está. El otro día que estaba en mi jardín, me acordé tanto de ti. Atrás del árbol donde siempre te gustaba leer, encontré una flor. Una flor tan bonita que moría de ganas de traerla a la casa, de ponerla en algún lugar donde alegrara todo. Y la hallé tan parecida a ti. Era tan frágil,  tan perfecta. Esa flor estaba rodeada de un árbol hermoso, de un pasto verde, todas ésas cosas que me recordaron a tu mundo. No la podía arrancar; lo mismo no te lo pude hacer a ti. Y  ahora en algún rincón de mi casa  falta una flor para darle color, y a mi vida le faltas tú.
He visto la taza de café vacía mucho tiempo. Te extraño. Eso es lo único que sé. Afuera llueve y me parece que ha llovido todo el día. Desearía salir al aire libre y sentir en la cara las gotas para lavarme y sentirme libre, aunque sea un momento.
Pero no quiero. No quiero dejarte ir, aunque estés clavada. Si te quito de mi corazón, desangraré hasta morir. Te volviste necesaria. Te volviste mi vida. Te volviste mi amor. Y no te quiero dejar ir. Por lo menos, de mi torturado corazón...
Acaso de mi mente te podría borrar. Pero ya no quiero. No quiero despertar un día más y creer que el amor de mi vida va a pasar enfrente de mi, porque es mentira. Tu fuiste y serás el amor de mi vida. Yo no me veo compartiendo el día a día con alguien más. Ni siquiera me veo compartiéndolo contigo, porque no. Así  tiene que ser. Y aunque éstas tardes nubladas me hagan llorar, me hagan encogerme lo más que pueda, las prefiero. Prefiero dormir y pensar que un día lejano compartí mis sábanas contigo o el único litro de leche que quedaba en el refrigerador, que estar en un mundo sin ti. Sin tus expresiones. Y aunque mis recuerdos me torturen al borde de no querer saber más, los prefiero. Te prefiero a ti. Aunque sea fantaseando donde hay un mundo donde podamos estar juntos, o recordándote hasta que me tome 3 pastillas para la migraña. Eres tú. 

Ya es noche y sigue lloviendo. Aún es un día triste. Enciendo un cigarro y admiro la flama un momento en el encendedor. Mortal, venenosa pero tan cautivadora. Cómo se apaga si le soplo, cómo enciende si el gas toca una chispa. Hoy veo una flama y no te veo a ti.
He decidido. Ya no te podré tener nunca. Serás mi sueño inalcanzable. Y con el estatus de inalcanzable habrás de quedar hasta mi muerte. Lloro por dentro y me corroe mi decisión. Pero es lo último que decidiré en mi vida. Hoy acabaré contigo, de una buena vez, amor de mi vida. Hoy acabaré con la estaca, hoy acabaré con mi vida.


Y aquel día, la lluvia por fin apagó la flama.



Hecho en coautoría con Mariana De Botton
 

No hay comentarios:

Publicar un comentario