domingo, mayo 29, 2011

Ad infinítum

Nacer, crecer, reproducirse.
Nacer, crecer, reproducirse.
Nacer, crecer, reproducirse.
Nacer, crecer, reproducirse.
Nacer, crecer, reproducirse.
Nacer, crecer, reproducirse.



Morir.

martes, mayo 24, 2011

Ficción - Cenizas ignotas

A Mariana. Anon can always delivar.

Era un pequeño sobre el que llamó su atención. Blanco, sin remitente ni destinatario, que misteriosamente había aparecido en el buzón de su casa. Ella lo miró, extrañada. Un dedo rozó la fina solapa de ese rectángulo color nieve. Y, súbitamente, un escalofrío corrió por su espalda. No, no abriría el contenido. No podía saberlo. Era demasiado misterioso, demasiado sospechoso. Tuvo miedo. Tomó el sobre entre dos dedos y lo dejó, pacíficamente, entre dos libros gruesos. Pudiera parecer que el sobre había desaparecido.
  Aquella noche, ella se recostó en su mullido colchón y miró al techo, con la luz encendida. Por extraño que pareciese, esa vez el foco no alumbró con su pardo amarillo, sino un blanco intenso, límpido y puro llenó el cuarto. Los ojos se le hincharon de sangre y no pudo pegar el ojo, por más que lo intentase, aún con la luz apagada. El brillo del blanco aparecía y desaparecía en toda la habitación, como un estrobo. Cuando por fin concilió el sueño, era casi mediodía. 
  Tres horas más tarde, su cuerpo quiso, por caprichoso y obsesivo, levantarla y hacerla reflexionar al respecto. Su instinto le pedía a gritos no razonara sobre el punto, sobre el sobre, valga el pleonasmo. Sin embargo, su curiosidad y esa manía suya no le permitirían dormir tranquila. Bueno, hasta conseguir una respuesta que le diera paz momentánea, de menos. Lápiz, cuaderno y su cerebro fueron a sentarse al balcón. A ver que pueden hacer
  El balcón solía ser su lugar favorito hasta hace dos primaveras. Ahora no lo es porque desde hace dos años que el sol no se asoma por entre los resquicios de los cerros. Sólo se ven los edificios de departamentos tan frágiles y estériles sobre el triste paisaje. Antes de aferrarse al lápiz, suspiró. Aquella vista, tan bella y hermosa alimentaba su inspiración y ahora sólo era un mero recuerdo relegado a nunca volver. Es triste pensar. Y por eso pausó un momento, se cuestionó si quería seguir y, sólo después de contestarse y confirmarse, continuó.
  Mientras los claxones chillaban siete pisos más abajo, ella pensó.
  Es un sobre blanco, que la dejó, ciertamente, intranquila. ¿Por qué será? Debe ser su contenido. Nunca se había visto papel tan libre de impurezas (ay, eso suena a comercial del Canal de las Estrellas). Es raro. Es diferente. Pero causa miedo. Miedo a abrirlo. Miedo a saber qué hay dentro. No tiene destino ni tampoco procedencia. Tal vez suceda como en las películas; eso puede significar cosas malas. No, no, no. No hay que pensar. Hay que distraerse.
  Así lo hizo. Se alejó del balcón y salió de su casa a olvidarse del sobre. Sin embargo, cada que pasaba frente a la puerta del balcón, al regresar a casa los días siguientes, veía la libreta. Y se acordaba del sobre. Y la ansiedad la empezaba a consumir terriblemente. Su mente parecía igual de frágil y estéril que el paisaje frágil y estéril de afuera, cuando en lo único que pensaba era en ese prístino y misterioso pedazo de papel. 

  Los días pasaban y la desesperación hizo mella en su conciencia. Cada 24 horas, la curiosidad invadía cada maldita célula de su atormentado ser. Pasaba horas contemplando los pesados tomos donde estaba oculta, sin saber si acudir al llamado casi irresistible que emanaba entre las pastas. Ya no dormía. Las horas eran lentas y su vida se acostumbró a no salir más de casa. Su estado mental era deplorable y muchos estarían de acuerdo con nosotros que ella padecía una patología psicológica.
  Pobre mujer, ¿no creen?
  Quizá dos semanas, parecidas a siete años, cruzaron. Y la burbuja estalló. Tomando un afilado abrecartas, corrió al estante, aventó los dos gruesos libros, que cayeron con hórrido estruendo contra el suelo, y contempló, aliviada, el pequeño rectangulito que aguardaba a que su mano revelara su contenido. 
  Sobre en mano, corrió a su balcón. Apoyándose contra el barandal, con tal fuerza que éste casi cedía ante la magnitud de la emoción, ella deslizó sin problemas la cortante punta por el papel. Vio como el sobre no se quejaba y se abría de par en par; azorada, miró la grandeza de su acto; lo admiró y se embelesó. Se sentía, a cada minuto, cada vez más aliviada. Suspiró, como nunca había suspirado en mucho tiempo.
  Sólo faltaba una cosa más: averiguar el ignoto contenido. Agarró con fuerza el sobre y vio que dentro había un aún más pequeño sobre rojo. maravillada pero a la vez perpleja, lo sacó de su escondite, donde tuvo que estar interminables días. Lo sostuvo un momento en sus manos.
  Una nimia ráfaga de viento zumbó contra su cara, chocó contra su frente, se interrumpió un momento y reapareció en su nuca. Se alejó, se detuvo y ya no volvió.
  Un fino hilo rojo comenzó a brotar. Y ella giró sobre el barandal y cayó contra el suelo, viajando siete pisos; una pequeña figura roja se asomaba entre su palma semicerrada. Cinco minutos más tarde, en sus manos no encontraron nada.
  En algún lejano lugar, un rectángulo rojo agonizaba entre las llamas. 
  Las cenizas son siempre ilegibles.

viernes, mayo 13, 2011

Malinterpretación

Ella no tenía miedo de que huyera de casa.






Ella tenía miedo de que me fuera y nunca jamás regresara.

martes, mayo 10, 2011

Demonios

"Por más caliente que esté el agua, el frío sigue ahí"
-Anónimo

Hay veces en las que dejo de ser yo.
No existen razones para dejar de ser.
Pero dejo de existir para el mundo, incluso de mí mismo.
No sé quién soy. 
No sé cuál es mi nombre.
No sé qué estoy haciendo.
Un impulso.
Una palabra. 
Una sensación me orilló a todo esto.
A dejar de ser, sentirme excluido de mí por mí.
Me arrinconé.
Y él tomó el control.
Vi cómo sus manos destrozaban el mundo.
Vi cómo sus ojos tenían una chispa de locura.
Vi cómo sus labios se abrían en muecas crispadas.
Dentro de mí estoy yo.
Y está él.
Él salió y se vengó de mí.
De haberlo tenido tanto tiempo huyendo de la razón.
Armó una revolución y ahora tomó la batuta.
En este lugar no hace más que frío.
El calor se fue.
Mis pensamientos derruidos.
No puedo hacer más.
Soy perseguido por mis demonios.
Demonios que se alimentan de sensaciones.
Demonios que se mofan de mis argumentos.
Demonios que regresan del exilio.
Demonios que controlan y arruinan todo lo que construí.
No puedo hacer más.
Por dentro, él controla.
Para él, estoy muerto.
Y quizá,
sólo quizá
en verdad lo esté.

Historia contrafactual

Cuando se tiene demasiado tiempo en las manos, uno no puede dejar de pensar hipótesis tan inverosímiles, pero tan diversas y variadas. Hoy tuve tiempo libre. Y quise compartir mis conclusiones, sobre todo contigo, que le acabas de picar al link que te trajo aquí. 
Recuerdo poco de mis pequeños años siendo un mocoso consentido e indefenso. De las veces que llegaste a mi cuarto cuando te pedía aunque fuese un mísero vaso de agua. Ay, era yo un bultito un tanto inútil; era obvio, tenía yo unos cinco años. Algo así. Muchas veces pienso que tal vez de no haber sido por aquellas veces en que te sentaste en mi cama, a calmar mis lagrimitas temerosas, a decirme que todo iba a estar bien, yo no estaría sentado en este momento escribiéndote esto.
Es probable que exagere, pero también es probable que esté en lo correcto. Imagínate. Quizá si tú no fueres como eres, yo no sería como soy ahorita. Eres culpable de gran parte de cómo soy, de cómo reacciono, de qué me gusta, de qué pienso, de cómo debo actuar. Y si, aunque sea una nimia parte, tu historia no hubiera sido como fue, yo no estaría aquí.
Han pasado 16 años, largos cuando los vivimos, cortos cuando intentamos recordarlos. Han pasado tantas cosas, nos han pasado tantas cosas. Tantas que no podemos darles cabida en nuestra memoria. En 16 años, me ayudaste a forjarme, a darme forma. A hacerme aquél que soy y nadie más.
Te agradezco mucho que me hayas hecho así, tal vez un mucho falible, pero vieras cómo disfruto ser como soy.
Y todo te lo debo a ti, alguien a quien escuché cuando mis células aún no sabían si hacer un pie o una mano, un ojo o un labio. Aquella que me dio una mano si la necesité y que jugando conmigo soportó mis "sángüiches". 
Después de tanto jugar a la historia contrafactual, me di cuenta de que no puedo hacerlo por mucho tiempo. No puedo cambiar mi historia. Tampoco quiero. Porque desde hace 16 años soy quien soy porque te vi. Porque exististe. Y porque yo quise existir para que me vieras correr a tu lado y pudieras ver que siempre me levanté. Porque quise que siempre pudieses voltear a verme y sonreír, como yo lo hago por el simple hecho de pronunciar dos letras, repetidas, que juntas dicen muchísimas cosas.

Después de 16 años...
Después de tanto tiempo de conocerte...

Muchas gracias por todo, mamá...
Ven, toma mi mano y vayamos a recorrer el mundo que nos tocó pisar.
Juntos.

sábado, mayo 07, 2011

Si los poetas no vinieran en las cajas de cereal...

Habría más cereales.
Quizá seríamos el juguete en una Cajita Feliz.
Podríamos venir con la propaganda de algún político (pero entonces no seríamos poetas).
Armaríamos una revolución para ser incluidos en las cajas de cereal.
En vez de escribir, mataríamos nuestras neuronas.
Escribiríamos en prosa.
Nos abochornarían los problemas.
Estaríamos diciendo a cada rato cosas muy random.
Haríamos un video blog.
Nos resignaríamos.
Trabajaríamos como en Six Flags (ver cómo todos se divierten mientras tú repites el mismo choro).
Aparecerían juguetitos en las cajas para atraer consumidores (creo que ya lo hacen).
Seríamos absorbidos por las redes sociales y no tendríamos vida social alguna.
O, tal vez, simplemente no existiríamos.

Toda esta suposición contrafactual no sirve para nada. Pero igual, chance y dejan de incluirnos gratis en la compra de cada caja.
Hay que estar preparados.