Conforme pasa el tiempo, el ácido y el tiempo siguen su difícil camino para pasar al otro lado de un metal. Continúan, actuando en conjunto para acelerar esa perforación que realizan con esmero. Y cuando traspasan el duro material metálico, se detienen y deciden volver a atacarlo por otro flanco hasta que del objeto no queda más que una masa amorfa y triste.
Cada cosa me corroe. El tiempo sigue siendo tiempo, mas el ácido siempre cambia de composición. No importa; igualmente quema, destruye, lacera. Sí, lentamente se van cayendo algunas paredes dentro de mis pensamientos cuando los dos tienen suficiente espacio para coexistir.
¿Qué corroen? No lo sé, muchas cosas. Les gusta a los dos destruir parejo, sin distinción alguna. Siempre se acomodan para destruir los cimientos de cualquiera de mis estructuras. Siempre quieren colapsar mi sistema interno con cada golpe que sus corroídas acciones me propinan. Siempre. Y no entiendo por qué.
Es una pareja implacable de destrucción masiva.
Aunque es cierto. A veces, deseo completamente corroan parte de mis entrañas. Que destruyan parte de mí, que la aniquilen con sus poderosas armas. Sí, quiero que la deshagan, porque a mí no me gusta convivir con esa parte de mí, más destructiva aún que el dúo corrosivo. Sin embargo, que yo sepa, jamás me han hecho verdadero caso. Prefieren corroer lo que yo no quiero sea corroído. Y me obligan a empezar de nuevo. Detestable...
Es algo inevitable. No se puede evadir el hecho de que el tiempo y aquellos ácidos me corroan lentamente. Siempre trabajan arduos, empeñados en su lenta y costosa labor. Y cuando ellos por fin me dejen en paz, yo sabré que aquel día tendré que irme. Porque ya no hay más que puedan corroer. Ya no hay más que construir; no hay nada más que destruir.
No hay comentarios:
Publicar un comentario