Vio al techo, miró al espejo; no logró resistir.
¿Por qué hoy también?
Su cabeza retumbaba.
Vio al espejo.
No lo soportó.
Con su zapato, rompió el espejo.
Yo no sabría decirles por qué lo hizo.
Lo hizo, simplemente, porque algo tenían sus ojos.
Quiero pensar, claro.
Bueno. El suelo se llenó de pequeños reflejos.
No sólo fue un reflejo de sí. Ahora fueron cientos, deformes, diminutos, torcidos. De todo tipo.
Miró al suelo con horror. Hizo un par de llamadas.
Llegaron, más tarde.
Los espejitos fueron recogidos. Temblaba de angustia. Seguía imaginando cada trocito.
Una mano recorrió su rostro. Una voz le aconsejó calma.
Sonrió. La puerta se cerró.
Una vez más, soledad.
El espejo tenía un marco metálico.
Quedaba éste desnudo, luciendo un hueco cóncavo en su interior.
Suspiró. No más espejos, se dijo.
El metal tenía una particularidad. Había sido pulcramente pulido.
Sufrió.
No llamaría de nuevo. No volverían a salvarle.
Cerrando los ojos, el marco sufrió la gravedad a dos pisos de altura.
Sin embargo, el daño había sido hecho.
Una pequeña ventana.
Un vaso de vidrio. Un reloj en su muñeca.
Los pomos de la puerta. Cuchillos.
Luz que rebota en el mismo ángulo en que incide, del otro lado del plano.
Simetría descrita con una redirección. Perfecta simetría.
Todo estalla. Los ojos se hacen más pequeños.
Pero ahora son más. Muchos. Lo observan.
Necesitan de él, necesitan alimentarse de él.
Lo ven, beben de su río. Se nutren de su corriente.
El caudal se hace más débil. Los ojos observan.
Se sienten cansados. Se han saciado.
Es hora de la siesta. Siempre da sueño después de comer...
Es
tiempo
de
dorm...
"(Un tenue silencio; abre la boca, se arrepiente; balbucea) Descansa..."
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