Es triste, ¿no? Cuando produce esas palabras que conmueven tu corazón y buscas su consuelo en ese mismo instante, en un momento amargado por las presiones, la potencialidad del insulto. Sí, es triste. Es triste sentir la necesidad de explotar, soltar amarras y dejar las lágrimas caer. Que su abrazo te envuelva y tú quieras deshacerte en tristes lágrimas. Pero no puedes. No puedes. Llorar te hace débil frente a sus ojos. Te vulnera. No puedes demostrar lo que sientes. No con él. De hecho, con ninguno.
Llorar frente a ellos te ha vuelto un ser absurdo frente a sus ojos. No entienden. No pueden entender. No tienen por qué. Sigues siendo solitario. Sigues siendo el mismo tipo que puede brincar montañas, pero no un mísero escalón.
Sigues siendo el mismo que espera lo que nunca conseguirá de sus manos. Nunca lo conseguiré, por más que sea tan fácil obtenerlo después de una simple petición.
Un abrazo, una caricia, un "te quiero" sincero.
Tuve que decirle adiós. Tuve que decirle adiós, porque no tenía tiempo. Tenía que entrar. No quería entrar. Por mí, hubiera corrido hacia donde nunca me encontraran, para nunca regresar a ver sus ojos, para nunca buscar lo que nunca encontraré.
Bajé del coche, abrí la puerta negra y entré. Logré contener aquella pequeña lágrima y entré a mi casa. Saludé a mi hermano y él me recibió con una sonrisa. Yo no se la pude devolver.
Buenas noches.
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