Tengo los párpados tristes y la apatía del día siguiente.
Me pesa estar despierto. Bueno, ahorita,
sí. Sí me pesa.
Hay cosas pendientes para mañana,
libros que leer,
láminas que dibujar,
horas que vivir. ¿Vivir?
¿Qué es vivir?
La pregunta existencial salta
pero salta más por juguetona,
porque nunca se ha tomado su seriedad
en serio.
Prendo el bóiler para al rato.
En un rato más botará el piloto
y me dirá que ya terminó de calentar.
Vaya. Tremendo día.
Hoy no pasó nada y siento pasó absolutamente
todo lo que pudo haber pasado. Pero no pasó.
Nunca pasa nada. Nunca, nunca, nunca.
Es el mismo cuento de nunca acabar.
Y yo,
inútilmente quejándome un
29 de febrero.
Cuatro años más para volver a quejarme el día de hoy.
Bueno, hoy ya no, porque
en cuatro años será 2016 y no
2012. 2012 como ahorita.
Aún no cumplo años.
Ya mero es. Quiero que ya sea. ¿Por qué?
No sé. Mis párpados tienen sueño y ellos tampoco saben.
miércoles, febrero 29, 2012
domingo, febrero 26, 2012
Cruzar la frontera
Es triste, ¿no? Cuando produce esas palabras que conmueven tu corazón y buscas su consuelo en ese mismo instante, en un momento amargado por las presiones, la potencialidad del insulto. Sí, es triste. Es triste sentir la necesidad de explotar, soltar amarras y dejar las lágrimas caer. Que su abrazo te envuelva y tú quieras deshacerte en tristes lágrimas. Pero no puedes. No puedes. Llorar te hace débil frente a sus ojos. Te vulnera. No puedes demostrar lo que sientes. No con él. De hecho, con ninguno.
Llorar frente a ellos te ha vuelto un ser absurdo frente a sus ojos. No entienden. No pueden entender. No tienen por qué. Sigues siendo solitario. Sigues siendo el mismo tipo que puede brincar montañas, pero no un mísero escalón.
Sigues siendo el mismo que espera lo que nunca conseguirá de sus manos. Nunca lo conseguiré, por más que sea tan fácil obtenerlo después de una simple petición.
Un abrazo, una caricia, un "te quiero" sincero.
Tuve que decirle adiós. Tuve que decirle adiós, porque no tenía tiempo. Tenía que entrar. No quería entrar. Por mí, hubiera corrido hacia donde nunca me encontraran, para nunca regresar a ver sus ojos, para nunca buscar lo que nunca encontraré.
Bajé del coche, abrí la puerta negra y entré. Logré contener aquella pequeña lágrima y entré a mi casa. Saludé a mi hermano y él me recibió con una sonrisa. Yo no se la pude devolver.
Buenas noches.
Llorar frente a ellos te ha vuelto un ser absurdo frente a sus ojos. No entienden. No pueden entender. No tienen por qué. Sigues siendo solitario. Sigues siendo el mismo tipo que puede brincar montañas, pero no un mísero escalón.
Sigues siendo el mismo que espera lo que nunca conseguirá de sus manos. Nunca lo conseguiré, por más que sea tan fácil obtenerlo después de una simple petición.
Un abrazo, una caricia, un "te quiero" sincero.
Tuve que decirle adiós. Tuve que decirle adiós, porque no tenía tiempo. Tenía que entrar. No quería entrar. Por mí, hubiera corrido hacia donde nunca me encontraran, para nunca regresar a ver sus ojos, para nunca buscar lo que nunca encontraré.
Bajé del coche, abrí la puerta negra y entré. Logré contener aquella pequeña lágrima y entré a mi casa. Saludé a mi hermano y él me recibió con una sonrisa. Yo no se la pude devolver.
Buenas noches.
jueves, febrero 16, 2012
Etanol
"Los niños y los borrachos siempre dicen la verdad"
Refranero popular
Hace mucho tiempo no te veía así: tambaleante, un poco perdido y con las mejillas sonrosadas. No estuve contigo más que unos pocos minutos antes de irnos a dormir. Igual, yo también un poco intoxicado caminé hacia la cama y me recosté. Milagrosamente, no me mareé como dicen sucede. Miré al techo y esperé.
Antes de acostarte, con tus pasos trastabillantes, tu mirada perdida y una sonrisa tranquila, balbuceando me dijiste algo que hace mucho no escuchaba de ti. Era algo con dedicatoria especial para mí. Algo que casi nunca escucho con ternura de tu voz cuando la sobriedad te domina. Algo que hace mucho tiempo quería oír.
Me dijiste buenas noches. Sonreí. Esta vez, pudo más el cansancio que nuestra voluntad para cualquier cosa; era ya tan tarde que se había vuelto muy temprano. No me dijiste ya más. Silencio.
Sin embargo, la sinceridad en tus palabras me dijo que no necesitaba escuchar más. Aunque no vea esa faceta tuya muy seguido, aprovecho cada vez para disfrutar de lo que realmente me quisiste decir, de todo aquello que escondiste detrás de tu sobria madurez.
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